Son apenas las 5:24 de la mañana, aún no sale el sol, uno sale con rumbo al trabajo… nadie va a una fiesta a esa hora, vamos a “chambear” porque hay que llevar la comida a la mesa. Para sorpresa de nadie, las ratas andan fuera de la coladera…
“Cámara hijos de su puta madre celulares, mochilas todo todo o les meto un vergazo a todos”… durante 34 segundos los pasajeros escuchan una y otra vez las mismas palabras; nadie pone resistencia, nadie se sorprende, nadie se angustia, todos saben lo que tienen que hacer…
Pese a que algunos no tienen el celular o cartera a la vista, lo sacan de sus bolsillos para entregarlo, saben que “es lo mejor”, ¿es el teléfono que compraron con mucho esfuerzo? Si… ¿es el sueldo que ganaron con sacrificio? SI… ¿es el sustento que faltará a su familia? Si… pero vale más la vida, y para vivir, “hay que cooperar”…
Lo más impactante viene después… el robo terminó, el asaltante se fue, y en su lugar, queda un silencio, un silencio que estremece, un silencio que duele. No se hablan ni siquiera para preguntar si están bien. Su silencio no dice nada, y al mismo tiempo, lo dice todo… No, no “vamos bien”; no, no estamos felices.